La boda de Sandrita

Debo decir que es para mí una premonición ni buena ni mala sino todo lo contrario. Ya llevo un tiempo con prisas porque el tiempo no deja de pasar y mi vida se estanca. Ni grupos de música, ni azafata de viajes interminables en barco, ni viajes por Europa, ni nada de lo que yo había soñado. Y en lugar de eso una interminable montaña de bragas sin doblar cada día... y este blog en el que escribo resignada, pensando en toda la gente que dice que debería dedicarme a esto pero sin querer dedicarme a esto más que por ocio.
Se me ha casado Sandrita, compañera de juegos, de escondites de barbis pinipones, la X, la Y... y todos los tesoros enterrados, los patines, las bicicletas, mi introducción al tang en grandes piscinas de plástico que según hemos ido creciendo se nos ha quedado pequeñas...
mi Sandrita se marchó del pueblo de vuelta a sus orígenes y vendió a no se quién la casa del tejado morado y la cocina roja, con aquella mamá rubia y aquellos hermanos echeverría o echevarría... y nadie supo más, hasta hoy, que echando un ojo en asuntos ajenos por el tuenti me la encuentro vestida de blanco convertida en una princesita sonriente a punto de empezar a comer perdices... y pienso en lo cerca que me queda... o lo lejos que lo veo, según se mire y pienso en cuando todas queríamos ser barbies y en que ella ya lo ha conseguido.

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