El día que descubrí el guacamole


El día que descubrí el guacamole arriesgué demasiado. Pagué una pasta por algo que ni siquiera sabía cómo me iba saber. Invertí en un tal vez. El día que descubrí el guacamole tenía ganas de cambiar de vida o de dejar de ver lo que se refleja en el espejo a las 6 de la mañana y me lancé en una aventura a la decisión de la marca y los nachos que tenían que hacerle de compañía en mi paladar. Después de mucho cavilar y re-cavilar a cerca de sabores que nunca había sabido y de cómo ligar texturas que ni conocía, me dirigí a la caja y pagué caro, claro.
El día que descubrí el guacamole me lancé al vacío sin saber muy bien lo que tendría detrás, sin certezas, ni esperanzas de sobrevivir siquiera, pero con ilusión, con ganas de encontrar no se qué, lo que fuera. Y después de todo resulta que no me ha sentado bien el guacamole, pero valió la pena conocer su sabor, su textura y hasta sus efectos negativos. Valió la pena.

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