ombligo mono


Se hace el interesante mientras anota en su libreta apuntes de lo reguapo que es o lo muy por encima que está de un mundo que intuye creado para contemplarle a él. Intenta deleitarnos con cultura todo a cien sacada de no se sabe qué programa de tele-basura. Se piensa con derecho a juzgar, a hablar de la gente, a perdonar vidas, a decirnos cuál es nuestro papel social y fundamental. Peca como el resto del mundo en lo de la paja del ojo ajeno, que la suya no la ve porque es de tal tamaño que no le deja ver de un ojo. Así nos viene el tuertito sin consciencia de ser tuertito como una mujer con el rimmel corrido, a corregir el maquillaje de las demás, o a comentarlo con aires de garndeza (¡mírese en el espejo pardiez!). Otro que se mira el ombligo (pensamos tres de tres) juzgando por encima como se merece quien así nos ha juzgado.
Admitámoslo: le llamaríamos (¡claro que sí!), traicionando el instinto ofensivo, si ninguna de nosotras se fuera a enterar después, con el fin de deleitarnos en el centro de su propia existencia, en su ombligo mono.

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