Perfectos

Éramos perfectos, nadie se imagina hasta donde. No éramos perfectos, éramos perfectísimos, o más si cabe. Éramos tan perfectos juntos que separados no éramos nada, como una silla coja, incómodos, raros, inútiles. Era perfecta la forma en la que encajábamos como las piezas de un puzle extravagante en a penas 90 cm, era perfecta la coordinación matinal con la que hacíamos las cosas, casi sin darnos cuenta, incluso cuando llegábamos tarde. Hasta el sol dando los buenos días con su amanecer reflejado en el Windsor era mucho menos cinematográfico que nuestra despedida en el portal tan plagado de ternura que nadie podría dejar de mirarlo como si fuese una escultura nostálgica de esas de bronce que florecen ahora por todas las ciudades. Éramos tan perfectos besándonos el uno al otro que cualquiera diría que habíamos nacido para eso. El modo de entendernos, de mirarnos a los ojos y saber lo que había detrás, de abrazarnos, de bailar con Sabina, de cantar por la calle, mi mano dentro de la tuya en ese continuo recorrer las mismas calles a veces charlando y a veces en un silencio tan cómplice que me pone la piel de gallina. Sí... éramos perfectos. Tanto que nos mentíamos sin importarnos por encima de qué pasar, tanto que cuando nos insultábamos nisiquiera pensábamos en cómo se sentiría el otro. La magistral obra del egoísmo encarnado en dos seres humanos que nunca tienen bastante, que necesitan ver al otro desgarrado para saber que efectivamente les ama. Perfectos en la crueldad del espacio entre dos cuerpos agazapados a ambos lados de los 90 cm de un maltrecho colchón dolido de amor, para ni rozarse, para atormentar al otro. Tan perfectos que, llenos de llanto y tan débiles y maltratados, aún encontrabamos la manera de seguir haciéndonos daño.
Si, mi amor, éramos perfectos.

Comentarios

Olisac ha dicho que…
Más que perfecto, sublime.

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